Por IRIS ALMENARA
El Sfenj es un postre Argelino, se trata de un dulce en forma de rosquilla o buñuelo, de ahí este título a mi crítica sobre la ópera de Rossini "La italiana en Argel" representada en el Palau de les Arts Reina Sofía, ya que fue una ópera para paladares golosos.
"El color es en general un
medio para ejercer una influencia directa sobre el alma. El ojo es el
martillo templador. El alma es un piano con muchas cuerdas. El
artista es la mano que, mediante una tecla determinada, hace vibrar
el alma humana." (Kandinsky)
Y de repente
aparecimos en Argel. Era un lugar cálido lleno de colores, sabores
en su justa medida dulces y música viva.
Desde
el principio de la representación lo que me llamo la atención fue
ese desfile colorido pero no enturbiado, de la esplendida
escenografía. Durante toda la ópera hubo una luz con sabor dulce
que me trasladó a un lugar exótico sin llegar a empacharme o
aburrirme. Fantasía llena de color con un vestuario al mismo nivel.
Las imágenes que más me impresionaron desde un punto escenográfico
fueron: la jaula colgando con la luna de fondo y casi al final, el
momento de la botella gigante y la bandera. Me parecieron una oda a
la mujer revolución y heroína, fue como admirar desde otra
perspectiva el cuadro de Delacroix "La Liberté guidant
le peuple".
Fue una
ópera-cuento.
"Rossini, divino maestro"
(Heine)
Rossini es así, es
un cuentista musical de los buenos. Cada nota tiene un significado,
una reminiscencia mágica que nos traslada a una fantasía orgánica.
Es como si pudiésemos oler y degustar la esencia musical que nos
atrapa desde el momento uno.
No hay forma de
librarse de su música, nos quedamos enredados en esas agilidades,
esos matices tan únicos, esa belleza tan sutil y elegante llena de
vida. La sensación de un silencio tácito es inexistente. El
silencio se produce en el oyente de manera sorprendentemente natural,
libre. No puedes desconectar ni un segundo de la acción musical.
La cuestión es que
en algunos momentos me pareció que musicalmente Rossi se difuminó
no sé porqué, pero creo que los matices orquestales no estaban del
todo bien definidos en algunos momentos. Era como si de repente
hubiese una desconexión interpretativa.
A nivel vocal todos
son retos y más con Rossini.
Con semejante
puesta en escena no podían faltar buenos cantantes. Las exigencias
vocales fueron superadas con éxito por todo el reparto, también me
gusto el equilibrio que existía entre los diferentes registros y por
supuesto la importancia del coro en algunos momentos que hicieron su
aportación a esta magnifica representación.
Creo que vocalmente
se creo una atmósfera de armonía, aunque debo señalar que
personalmente me cautivó y hechizó Silvia Tro tanto vocalmente como
actoralmente. Mujer heroína donde las haya, su personaje era de un
temperamento fuerte al mismo tiempo que poseía una sensibilidad
interna. Una revolución por amor. Amor y fuerza que se vieron
reflejadas en su musicalidad, calidez y fiereza vocal, y su magnifica
interpretación y expresión.
En conclusión,
salí de la ópera como cuando era pequeña e iba al teatro, salí
con ilusión. Me entraron ganas de viajar a esa Argel llena de
tigres, colores vivos y sabores dulcemente exóticos. Un lugar con
buena música, buena historia y buenos interpretes. Fue como un
refugio para huir de los convencionalismos y el mal tiempo.
La música es
infinita como la imaginación, y cuando topamos de frente con algo
genuino se nos impregna en la piel, y toda esta vida tan
fantásticamente orgánica y escénica es lo que nos hace recordar
esos momentos como únicos.
Iris Almenara.
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